15 ago 2011

Operación Triunfo


(Publicado en Haciendo Cine 117)  Pongamos este ejemplo: un documental sobre los efectos de los deshechos tecnológicos en el ecosistema se proyecta en un espacio no convencional, por ejemplo: el salón de una ONG, para 50 personas. El público está conformado por gerentes de empresas tecnológicas, directores de organizaciones ecologistas y responsables gubernamentales de políticas ambientales. Luego de la proyección, el director y el productor de la película consiguen una serie de reuniones y acuerdos con varios de los asistentes que permiten que la película se proyecte en una cantidad de espacios alrededor del mundo con el objetivo de generar conciencia sobre esta problemática. A la vez, se consigue financiación para producir varios miles de DVDs subtitulados a varios idiomas que serán repartidos como material educativo en escuelas y universidades, además de la venta a la TV de dos o tres territorios. Más tarde, los sabelotodo del negocio del cine dirán que esa convocatoria de 50 personas fue  un fracaso.

De un tiempo a esta parte noto que el periodismo de cine le dedica cada vez más espacio a analizar la performance de los estrenos en salas. Quizás esto se deba a que pensar en los contenidos sea cada vez más difícil, o ingrato. No lo sé. Pero encuentro que en medios de industria, pero también en medios masivos, se habla de la problemática de los espacios de exhibición, y de las pobres o maravillosas recaudaciones de tal o cual película. Se define rápidamente, con una reglita sencilla y universal, el éxito y el fracaso, imitando, difundiendo y legitimando una costumbre (si no mala al menos pobre) de distribuidores y realizadores. La regla es, a grandes rasgos, la siguiente: si una película llevó, en su fin de semana de estreno, 1000 o más espectadores promedio por cada una de las copias que tuvo en cartel, será un éxito (o, más bien, un Sensacional Éxito). Si la cifra es menor, será un fracaso, o algo parecido.

Como fundamento para una charla de café, este argumento puede resultar más o menos contundente, pero si se lo convierte en la única vara para medir el éxito de un plan de distribución es problemática. Y los problemas que tiene son varios. Por un lado es extremadamente parcial: nos dice que la taquilla en salas comerciales es la única forma de éxito de una película. No solamente no incluye otras salas o espacios en su cuentita, sino que tampoco incluye la posibilidad de otros objetivos de distribución que no sean los estrictamente económicos (que los hay, y no sólo para documentales ambientalistas). Para calcular la formulita nos guiamos exclusivamente por los datos que publican algunas empresas dedicadas a auditar taquilla: lo que no está en esos informes no existe. La tradicional cuenta del mil por copia, una referencia numérica de otra Era (digamos de hace la eternidad de 5 años), tampoco toma en cuenta los gastos necesarios para cada lanzamiento, sino sólo los ingresos, lo cual la convierte en deficiente incluso para medir resultados económicos. En un negocio aparentemente impredecible, la formulita es la ilusión óptica de cierto cientificismo, de una verdad irrebatible.

Obviamente, se me ocurre todo esto pensando en el cine independiente, para el que aferrarse a este tipo de simplificaciones puede ser doblemente peligroso. Nos hace creer que no nos queda más alternativa que competir en los mismos espacios y con las mismas reglas que las películas diseñadas exclusivamente con fines comerciales, y que los resultados se miden con una regla de tres simple. En un momento en que el mercado está especialmente chato, y en el que es precisa mucha imaginación, rebeldía y trabajo para aprovechar las oportunidades que nos brinda tanta crisis, aceptar y difundir este tipo de verdades universales nos ofrece la única ventaja de creer que sólo nos queda resignarnos a mirarlo todo de afuera, quejarnos y repartir culpas al voleo. Seguirnos achatando y condenando  al cine independiente al fracaso por no tener nunca un horizonte propio. Pensar que todo está perdido es una tentación a la que habría que resistirse, y el sólo hecho de intentar esa resistencia puede ser, a la vez, una nueva forma de éxito.

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